Emanación Detestable

“Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: — ¿Y quién es mi prójimo?”1

El efluvio (hedor) en la oficina que Joy tiene en casa era rancio. Era el mismo que cuando tuvimos una rata muerta entre la pared en la última casa donde vivimos. El dejar las ventanas abiertas día y noche no calmaba el miserable olor. El encender velas aromatizadas en la habitación no sirvió de nada. Joy y yo debemos de haber sido todo un espectáculo gateando alrededor de la habitación para ver si podíamos encontrar el lugar donde la rata o ratas habían quedado atrapadas y habían muerto. Vaciamos cajones y los olfateamos. Olfateamos el armario. Olfateamos los estantes. Todos nuestros esfuerzos de rastreo para encontrar y eliminar al culpable fueron en vano. Incluso llamamos a un inspector de termitas para que revisara alrededor del ático pensando que el culpable pudo haber muerto en el techo.

Entonces unos cuantos días después Joy estaba limpiando su escritorio y allí, bajo nuestras narices, bajo un montón de papeles estaba el hediondo culpable. No, no era una rata. Era un huevecillo de pascua que uno de nuestros nietos había dejado allí unas semanas antes. ¡Qué escándalo! ¡Qué olor! ¡Nos reímos a  carcajadas por esta tontería!

¿En serio, ha ustedes en alguna ocasión observado que muchos de nuestros problemas personales son causados por nuestra incapacidad para limpiar nuestro estilo de vida? Y ¿cómo buscamos por todas partes un gancho en el que podamos colgar la culpa de nuestros problemas. . . y, mientras tanto, el problema está justo bajo nuestra nariz?

Hablando personalmente, más a menudo que no, yo soy la principal causa de las dificultades que tengo. Lo que otros me han hecho puede o no ser un problema, pero el cómo reacciono es siempre mi responsabilidad — y en la medida en la que reaccione, esa siempre será mi problema. En otras palabras, lo que me molesta es mi problema. Y la respuesta para resolver mi problema a menudo se encuentra dentro de mí.

Es difícil verlo, lo sé y aún es más difícil admitirlo, pero sigue siendo una realidad que yo soy mi mayor problema y en la medida en que juegue al juego de las acusaciones, nunca podre superar o resolver mis problemas.

Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, en cada conflicto en el que me encuentre a mí mismo, por favor ayúdame a afrontar la realidad de lo que yo estoy contribuyendo a la situación. Ayúdame a aceptar responsabilidad por mi parte y resolverlo – y te encomiendo y confío a ti a otros que puedan estar involucrados. Gracias por escuchar y responder a mi oración. Con gratitud, en el nombre de Jesús, amén.”

1. Lucas 10:29 (KJV).

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