¿Quiere sanar?

“Por lo tanto, confiesen sus pecados unos a otros y oren por los demás para que puedan ser sanados.”1

Era una gran inspiración escuchar a uno de mis maestros favoritos de la Biblia. Sólo había un punto en el que no estaba de acuerdo con él. Él enseñaba que sólo tenemos que confesar nuestros pecados a Dios. Equivocado.

Santiago tampoco estuvo de acuerdo. Es cierto, tenemos que confesar nuestros pecados a Dios, pero también el uno al otro. Esto no quiere decir que nos tenemos que confesar con “todo el mundo,” pero sí debemos confesarnos al menos con una persona de confianza.

Una persona segura es alguien que, cuando confesamos nuestros pecados y fracasos, no nos juzga, condena, ni se avergüenza de nosotros, o habla de sobre nosotros con los demás (chismes), pero nos ama y nos acepta tal como somos, como lo hace Dios.

La confesión es necesaria para la curación porque la culpa sin resolver, así como las emociones negativas súper-cargadas y reprimidas como el resentimiento, la ira, el dolor, la vergüenza, el orgullo y otras pueden causar muchas de nuestras enfermedades físicas o agravarlas en gran medida. Cuando confesamos nuestros pecados y sacamos el veneno de nuestro sistema, queda despejado el camino para la curación. El pecado sin confesar es un asesino. Es como un cáncer espiritual/emocional y si no detenemos a este “cáncer” el “cáncer” nos atrapará de una manera u otra. No es sin buena razón que la Palabra de Dios nos enseña a confesar nuestros pecados, incluso antes de orar por sanidad.

Lamentablemente, muy a menudo tenemos miedo de admitir y confesar nuestros pecados y fracasos por temor a ser juzgados, criticados o incluso condenado por lo que los ocultamos muy bien. En consecuencia, hay una curación limitada, ya que sin confesión no hay curación cuando nuestras enfermedades son causadas o afectadas por los ocultos pecados que no hemos confesados.

Es interesante que el maestro de la Biblia antes mencionados se vino abajo con una enfermedad debilitante que poco a poco le quitó la vida-posiblemente antes de tiempo. Digo esto porque él no creía en lo que Santiago dijo que teníamos que hacer para ser sanado.

Cuando cualquier curandero evita este principio de confesión antes de orar por sanación, él puede hacer más daño que bien a largo plazo. Dios no va a sanar una enfermedad o un problema que es un síntoma de un profundo error. La mente puede ser muy complicada. Podría deshacerme de un síntoma, pero si no me ocupo de la causa, lo cambiaré por otro y trataré de engañarme a mi mismo de que he sido sanado.

Hablando a nivel personal, aprendí temprano en la vida a reprimir y enterrar todas mis emociones negativas, pero estoy físicamente más saludable hoy de lo que era cuando tenía la mitad de mi edad. Yo tenía la terrible fiebre del heno y una dolorosa bursitis en ambos hombros. Cuando me puse en contacto y confesé/expresé muchas de las penas enterradas, dolor y enojo, fue entonces que me cure tanto de la fiebre del heno como de la bursitis. Cuando entierro mi pesar, por ejemplo, ¿a dónde van esas lágrimas? Ya sea que las exprese de una manera saludable (echarlas fuera sollozando) o ellas me afectaran de una manera que no es saludable. Lo mismo es cierto para todas esas emociones negativas y súper-recargadas que tenemos reprimidas.

Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, aquí está una lista de los pecados / errores que nunca le he confesado a otra alma. Por favor te pido me ayudes a ponerme en contacto con todas y cada una de mis emociones negativas que he enterrado y los pecados de orgullo, los celos, el resentimiento, el dolor y otros mas para que yo pueda confesarlos y resolverlos. Y por favor, ayúdame a encontrar a una persona amorosa, segura, y tolerante a quien confesarle estos—así como confesártelos a ti-para que pueda ser sanado. Gracias por escuchar y responder a mi oración. En el nombre de Jesús, amén.”

1. Santiago 5:15 (NVI).

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