“En Dios he confiado; no temeré ¿Qué puede hacerme el hombre?”1
En su libro, La Vida Cambia, James Hefley escribe sobre Barry Luppin que contaba con tan sólo veinte años cuando una rara enfermedad de los nervios lo envió al mundo del silencio. Incapaz de seguir la carrera de derecho que había planeado, se fue a la deriva sin rumbo fijo durante ocho años quejándose de su sordera.
Luego, según sus propias palabras, él decidió “poner la frente en alto y luchar.” Aprendió a leer los labios y entró en el negocio de alquiler de automóviles. El negocio prosperó en una empresa de varios millones de dólares.
Barry nunca ha permitió que su discapacidad afecte su trabajo normal. Cuando un cliente llama, su secretaria toma otra extensión de teléfono. Sentada a un lado de Barry ella escucha la llamada y en silencio forma las palabras en su boca para él. Él responde en el habla normal sin dejar que noten que está más sordo que una tapia.
“Si usted tiene una discapacidad física, puede correr a una esquina y esconderse”, dice Barry, “o simplemente puede esforzarse más que la persona de al lado y tener éxito por sí mismo.”
En muchos sentidos, la vida es lo que hacemos de ella. Si optamos por vivir en armonía con la voluntad de Dios y su propósito para nuestra vida, no importa cuáles sean nuestras circunstancias, nuestra vida puede ser una inversión, no sólo en esta vida, sino también en la eternidad.
Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, por favor ayúdame a ver cuál es el propósito para mi vida y a vivir en armonía con tu voluntad. Vengo a ti tal como soy – verrugas y todo, y confío mi vida en ti. Por favor haz algo hermoso de mi vida. Y en las palabras del escritor del himno, “Aquí está mi corazón Señor, tómalo y séllalo, séllalo para tus atrios celestiales.” Gracias por escuchar y responder a mi oración. En el nombre de Jesús, amén.”
1. Salmo 56:11 (NVI).
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