“Pero los que esperan en el SEÑOR tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán.”1
La siguiente ilustración le ha dado la vuelta al circuito de correo electrónico por un buen rato, pero es un buen recordatorio. Además, hay diferentes versiones de esta historia, pero todas ellos hacen un excelente punto.
Un hombre encontró un huevo de águila y lo puso en el nido de una gallina de pradera. El aguilucho nacido con la cría de los polluelos y se crió con ellos.
Durante toda su vida, el águila, pensando que era un pollo de la pradera, hizo lo que los otros pollos de la pradera hicieron. Rascaba el suelo buscando semillas e insectos para comer. El águila cacareaba. Revoloteaba moviendo sus alas brevemente y sacudiendo sus plumas volaban a no más de unos pocos pies del suelo. Después de todo se supone que así es como vuelan los pollos de la pradera.
Pasaron los años. El águila envejeció. Un día vio a lo lejos en el cielo sin nubes vio volar sobre él a un ave magnífica. Volaba con graciosa majestad en las poderosas corrientes de aire, surcaba el cielo con apenas un movimiento de sus alas de madera.
“¡Qué hermoso pájaro!”, dijo el águila a su vecino. “¿Qué es?”
“Eso es un águila—el jefe de las aves”, cacareo el vecino. “Pero no lo pienses más. Nunca podría ser como él.”
Y así, el águila, pensando que era tan solo un pollo de la pradera y que no era capaz de elevarse a las alturas, vivió su vida rascando y recogiendo del suelo, sin experimentar la emoción del vuelo y la majestad que le correspondía por derecho de nacimiento.
Por desgracia, esta es la imagen de muchos cristianos de hoy. Con la habilidad dada por Dios para “levantar las alas como las águilas,” como lo escribió Isaías, no toman ventaja de las capacidades y las bendiciones que Dios ha preparado para todos los que verdaderamente tienen sus esperanzas y confianza en él.
Dejemos que cada uno de nosotros determine, con la ayuda de Dios, que este no será nuestro destino, sino que seremos como las águilas, y llegaremos a ser y hacer todo lo que Dios ha planeado y previsto para que lleguemos a ser y hacer, y así alcanzar el potencial que Dios nos ha dado y cosechar las recompensas para toda la eternidad.
Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, gracias por tu Palabra que me asegura que si pongo mi esperanza y mi confianza en ti, voy a ser capaz de “levantar las alas como las águilas” y cumplir con el potencial que Dios me ha dado. Ayúdame, Dios, ha hacerlo. Gracias por escuchar y responder a mi oración. Con gratitud en nombre de Jesús, Amén.”
1. Isaías 40:31 (NVI).
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