“He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, me he mantenido en la fe. Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida.”1
Arthur Berry era un hombre encantador que amó sólo las mejores cosas que la vida puede ofrecer. Durante os difíciles años 20 el fue un experto ladrón que robaba sólo a las personas más ricas. Berry finalmente fue capturado y pasó 18 años en la cárcel. Después de cumplir su condena se trasladó a un pequeño pueblo de Nueva Inglaterra, donde llevó una vida tranquila.
Algunos años más tarde alguien reveló su verdadera identidad y una horda de reporteros llegó a entrevistar al famoso ladrón. Un reportero le preguntó, “¿Puede recordar a quien fue que le robo más?
Berry respondió: La persona a quién más le robe fue a Arthur Berry. Podría haber hecho una contribución a la sociedad. Podría haber sido un maestro. Podría haber sido un hombre de negocios. Podría haber hecho algo que valiera la pena, pero en su lugar pasé dos terceras partes de mi vida adulta en la cárcel. He pasado toda la vida robándome a mí mismo.”2
Mientras que usted y yo nunca robaremos la propiedad de alguien más, nos podemos robar su reputación a través de chismes mal intencionados. Y mientras que la mayoría de nosotros nunca recibiremos notoriedad a través de la conducta delictiva, me pregunto cuántos de nosotros nos hemos robado a nosotros mismos en que, cuando de valores eternos se trata, hemos perdido nuestra vida al invertir sólo en posesiones terrenales y cosas que no tienen ningún valor eterno. ¿Y cuando nos encontremos cara a cara con Jesús nuestro Salvador, que tendremos para ofrecerle?
Recuerden, sin embargo, que nunca es demasiado tarde para empezar a invertir su vida en la eternidad y los valores eternos. Como lo dijo el misionero mártir, Jim Elliot, “no es un tonto el que da lo que tiene para obtener lo que no puede perder.”
Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, por favor, ayúdame a vivir para que mi vida sea una inversión en la eternidad para no sentirme avergonzarme a tu llegada o cuando me presente ante ti al final del viaje de mi vida. Gracias por escuchar y responder a mi oración. Con gratitud, en el nombre de Jesús, amén. “
1. 2 Timoteo 4:7-8 (NVI).
2. Rochelle Pennington, “The Golden Formula,” Pathways Press. Citado en Bits & Pieces, Julio 2004, página 5.
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