“Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.”1
Un hombre joven, que había sido aceptado para un campamento misionero en África, se reportó a Nueva York para una última evaluación, pero durante un examen más detenido se encontró que su esposa no podía soportar el clima en África. El se sentía destrozado, pero regresó a su casa orando y decidido a hacer todo el dinero que pudiera para utilizarlo en extender el Reino de Dios por todo el mundo. Su padre, un dentista, había comenzado un pequeño negocio haciendo un vino sin fermentar para el servicio de comunión [Iglesia]. El joven tomó el negocio y lo desarrolló hasta que asumió vastas proporciones: su nombre era “Welch,” cuya familia aún fabrica “jugo de uva.”2
Hay un viejo refrán que dice, “Cuando Dios cierra una puerta, él abre otra.” Es verdad, el estar “esperando en el pasillo” para que se abra la siguiente puerta puede ser un tiempo difícil, pero mientras entreguemos y confiemos nuestras vidas y nuestros caminos a Dios todos los días, la siguiente puerta se abrirá en el momento adecuado. De esto podemos estar seguros: durante el tiempo de espera, siempre hay una lección de algún tipo que Dios busca enseñarnos y desea que aprendamos.
Algunas veces toma una desilusión aplastante para hacernos eficaces, fructíferos y podamos estar listos para que se abra la siguiente puerta.
Se sugiere la siguiente oración: “Dios mío, por favor ayúdame a ver en cada desilusión y quebranto lo que deseas enseñarme. Ayúdame a aprender la lección para que esté listo y preparado para la nueva puerta u oportunidad que tengas para mí. Gracias por escuchar y responder a mi oración. Con gratitud, en el nombre de Jesús, amén.”
1. Gálatas. 6:10 (NIV).
2. El avance presbiteriano, citado en la Enciclopedia de las 7000 ilustraciones, Paul Lee Tan, pág. 479.
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